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Aquí tienes, amigo lector, un extraño libro. Si tienes la bondad, antes de sumergirte en la lectura de los curiosos textos que siguen, te ruego que atiendas unos momentos. Te pido que hagas un esfuerzo y te sitúes (ya es imaginación) en el año de 1629; un retroceso histórico de 356 años, nada menos. Pues bien, por aquellos tiempos (en que reinaba Felipe IV y algunos españoles vivos se llamaban Diego Rodríguez de Silva Velázquez, Lope Félix de Vega Carpio o fray Gabriel Téllez) un hijo de Hellín, un estudioso, avaro de saber, listo por demás, clasificó unos cuantos miles de fichas que había reunido en las pacientes lecturas de la biblioteca de un marqués, su señor. Yo no sé si trabajaba con fichas, pero es una manera de entendernos. Aquella biblioteca debió de ser importante, plena de eruditos libros y fantásticas colecciones españolas y extranjeras. A nuestro personaje le atraían las cuestiones naturales, las cosas maravillosas de la ciencia, de la naturaleza y las ofrece al lector a modo de aforismos (Fernando Rodríguez de la Torre).
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