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El año 1868 inauguró un nuevo ciclo en la historia de España. No sólo fue la culminación del liberalismo sino que abrió las compuertas a las nuevas alternativas sociales y políticas en sintonía con los procesos de modernización existentes en los países europeos más desarrollados. Sin embargo, semejantes expectativas políticas y sociales tuvieron más dificultades de las previstas. España estaba en pleno despliegue de los factores de desarrollo capitalista y abrir las compuertas de las libertades supuso nuevos torrentes de programas, de propuestas y de aspiraciones. Muchas de ellas, nuevas y revolucionarias. Otras, apegadas al pasado, pero con una extraordinaria capacidad para convertirse en fuerza militar, como era el caso del carlismo. O, en otros casos, la libertad era inevitable que inaugurase la perspectiva de la independencia, como ocurrió en los países de las Antillas y en Filipinas, sin derechos ni representación ante la metrópoli. En definitiva, la democracia constituía en sí misma tal novedad que los conflictos amasados y amagados en las décadas anteriores afloraron con las nuevas libertades y se expandió la conciencia generalizada de unos derechos ciudadanos incuestionables frente al Estado.
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